“El ministro Wert debe saber que es importante que los jóvenes sepan de dónde venimos”. El tono de la voz de Francisco Rodríguez Adrados se habrá suavizado como consecuencia de sus 90 años recién cumplidos, pero la beligerancia en las dos batallas que libra desde hace seis décadas sigue intacta: la lucha por la permanencia del estudio de las lenguas clásicas en el colegio y el respeto al español como lengua oficial de España. Una lucha que ahora el filólogo, helenista y académico de la Lengua y de la Historia reactiva con el Premio Nacional de las Letras, concedido ayer por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Un reconocimiento que Rodríguez Adrados decidió convertir en altavoz privilegiado para combatir el derrumbe de las humanidades. Con dos destinatarios claros: el Gobierno de la nación y los diferentes Gobiernos de las comunidades donde hay lenguas cooficiales.
Esa es la lucha de un hombre que ha sido premiado, según el jurado, por sus aportaciones lingüísticas (lexicografía y gramática) “mundialmente reconocidas”, así como por “sus rigurosos ensayos literarios sobre la tragedia, la fábula y otros géneros de raíz helénica. Su obra es también la de un humanista que bebe en las mejores fuentes y que es, a la vez, una de las voces más autorizadas en Europa como defensor de las Humanidades clásicas”
Motivos por los cuales el primer mensaje del académico tiene que ver con el anteproyecto de reforma educativa que contempla la eliminación de la enseñanza de lenguas clásicas. Una lucha que el autor de Ilustración y política en la Grecia clásica viene librando desde el franquismo, al ser testigo de la manera en que disminuye y se rebaja la calidad de la enseñanza hasta llegar a lo que él llama “los tristes momentos de hoy”. Un estado que él resume en una imagen: “Es como quitar las raíces a una planta”. Y que continúa con una idea más terrenal: “Su eliminación causa un daño increíble e incalculable”. Este estudioso salmantino, ahijado intelectual y emocional de Esquilo y Tucídides, se lamenta del descenso cultural que se vive en todo el mundo. Una tragedia porque, afirma, los políticos quieren simplificar, rebajar las dificultades de la enseñanza y quitar importancia al estudio de las lenguas clásicas olvidando que “si no se tiene esa base se desdeña uno de los aspectos esenciales y ejemplares para aprender a razonar”
El ganador del Nacional de las Letras ha pedido al Gobierno de Mariano Rajoy que rectifique. Ha querido explicar, por ahora infructuosamente, al ministro de Cultura, José Ignacio Wert, por qué es importante que los estudiantes reciban esa enseñanza porque de lo contrario, asegura, “ese edificio de la formación del estudio y del individuo se viene abajo”. Por lo menos desde la Sociedad Española de Estudios Clásicos, que él fundó y de la cual es presidente honorario, han empezado una campaña que les ha permitido reunirse con tres delegados de Rajoy. En cambio, el ministro no los ha recibido. “No ha querido, esa es la verdad. Me lo he encontrado alguna vez y me dice: ‘Hablaremos’, pero es un futuro imperfecto. ¡Que nos reciba, caramba! Debe saber que es importante que los jóvenes sepan de dónde venimos”, explica.
Su segundo frente de batalla es un combate personal por el respeto al idioma español como lengua oficial. Y lo dice el ganador de un premio que “distingue el conjunto de la labor literaria de un autor español cuya obra esté considerada como parte integrante del conjunto de la literatura española actual escrita en cualquiera de las lenguas españolas”.
Esta segunda batalla de Rodríguez Adrados es sobre todo por los acontecimientos de los últimos años, donde ha visto con preocupación la deriva del uso de la lengua como un arma incendiaria en el ámbito social y por parte de algunos políticos. “Las lenguas”, insiste en varias ocasiones, “están hechas para entenderse y no para dividir: con el español nos entendemos todos. Es respetable la presencia de otras lenguas que se puedan heredar en diferentes regiones, pero no se deben imponer. Una cosa es la libertad y otra la imposición, a veces, violenta y arbitraria”.
Nadie impide que la gente hable sus lenguas locales, recuerda el académico y helenista, algo que, según él, tiene sus limitaciones. Advierte que tratar de apartar o eclipsar el español es perjudicial para esas comunidades. Por eso le parece “repugnante que algunas comunidades intenten imponer esas lenguas a la fuerza, ya no solo con la enseñanza en los colegios, sino de manera indirecta al exigir su conocimiento y práctica para un empleo, por ejemplo”. Para él, se trata de actos anticonstitucionales. Se lamenta y denuncia lo ocurrido durante varios años porque, afirma, “los Gobiernos han permitido la violación de la Constitución”.
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